sábado, 11 de junio de 2011

Splash


Me encuentro de pronto sacudido por las luces en el retrovisor y me sobresalto mientras incorporo mi automóvil a un tramo de alta velocidad. Me sorprende y aterra advertir que no opero nada del proceso, que solo estoy ahí, detrás del volante, como un espectador de mi mismo  ¿Como llegue a este momento? No lo se. Trato de recordar el camino recorrido, pero no puedo. Es como si hubiera aparecido ahí de de la nada. Decido recapitular a partir de mi último recuerdo.

Mi último recuerdo verdadero es de aproximadamente 24 horas atrás. Recuerdo que partí con una gran duda en el corazón. Naturalmente, recuerdo toda una vida antes de eso, quizá no era la mejor... o quizá si. Era mía, y eso lo tengo por seguro. También tengo recuerdos posteriores a ese quiebre: ir a la cama, despertar, desayunar, horas y horas de ecuaciones, preferencias y demandas, pero ¿Era yo en ese punto? ¿Era realmente mi recuerdo? ¿Era esa mi vida, o solo miraba a través de un cristal la fantasía cotidiana de un insomne? Quisiera saberlo. Recuerdo también algo de lo que sucedió después, seguramente no hace más de una hora antes de este momento: Volví,  a buscar a mi flor de trigo, pero cuando la encontré, ella no me reconoció. Cuando lo pienso ahora, es natural que esto sucediera ¿Como podría reconocerme ella si yo mismo dudaba que yo fuera yo? Alguna vez había visto en esos ojos la luz que reservaban para mi, pero ¿Si yo no era yo? ¿Si ella no me miraba a mi?... lo único que encontré al tratar de encontrar mi reflejo en sus ojos fue un vacío, la nada.

En ese punto se interrumpe la linealidad  de recuerdos propios mezclados con los de esa otra persona que, al parecer, soy yo. Solo recuerdo fracmentos dispersos del trayecto a casa: música psyco sonando fuerte en las bocinas, caras de putas hastiadas y borrachos idiotas al otro lado de la ventana y, finalmente, el sobresalto.

A veces sueño que nasco, no se como ni de donde. Solo aparezco, existo, despierto a otra realidad en mi sueño. Al nacer caigo en el agua. Se por experiencia que al tirarte a una alberca puedes recontruir en la memoria todo el trayecto hasta llegar al trampolín. A partir de ahí hay un paréntesis que se extiende hasta el momento en que golpeas el agua. Del trampolín al agua hay un instante de éter que no parece existir realmente, un segundo que no es posible recordar mejor de lo que se recuerda un sueño; el trayecto entre dos realidades de un mismo mundo, si se quiere ver así. Eso mismo debe de haberme pasado, a una escala totalmente diferente.

Han pasado unos pocos minutos después de mi despertar a alta velocidad y por algún milagro aún existo, aunque no sepa quién soy yo. Estoy ahora esperando la luz verde para avanzar, en una calle más tranquila. Miro hacia mi izquierda. Veo un automóvil atiborrado de adolescentes, de seguro rumbo a una fiesta. Entre ellos, hay una chica, con lindos bucles de cabello que cae sobre sus hombros y lentes al estilo John Lenon, incómodamente acomodada en el asiento trasero. Espigada, fresca, oteando como un cervatillo con sus grandes ojos negros y su pequeña nariz. La chica voltea hacia mi y me mira a los ojos, me observa fijamente, como si estuviera en una vitrina (¿Quién está adentro?). Hago avanzar mi automóvil, y bajo la ventana. La realidad me golpea de pronto con una ráfaga de aire frío, y se me hace un nudo en la garganta.